La crisis que comporta todo crecimiento pondrá a prueba la vitalidad de la Compañía de María con aquella dinámica de muerte y vida que es propia de la Historia de la Salvación.
A finales del s. XVII las leyes desamortizadoras y las exigencias que se hacían a las obras educativas ocasionaron graves dificultades económicas en las comunidades religiosas y empezó un tiempo de verdadera crisis de vocaciones.
A pesar de las dificultades, en 1733, las monjas de Périgueux llevaron a cabo la primera fundación en América, en Cap Francais (hoy Haití), donde se abrió una fecunda obra educativa para las hijas de la población negra y criolla.
La inclemencia del clima y, después, las atrocidades de la insurrección del 30 de junio de 1793 provocaron la muerte de todas las religiosas y la desaparición de la obra después de sesenta años.
El lento declinar de la vida religiosa en Francia se contuvo providencialmente en los años que precedieron inmediatamente a la Revolución.
En esa época se formó una generación de religiosas que, forjadas en las dificultades de la exclaustración, lograrán que el golpe, aunque duro, no mate la vida.
A fines de 1789, la Revolución aplica medidas drásticas y nacionaliza los bienes de la Iglesia. El impacto de esta resolución en las comunidades de la Compañía fue enorme.
No permanecieron pasivas, pero de nada valió alegar el servicio gratuito que prestaban a la educación femenina. Las casas, con todo su mobiliario son declaradas bienes nacionales. En 1792 desaparecieron las cincuenta y una comunidades que la Compañía tenía en Francia.
Puestas en la calle, metidas en prisión, acosadas y algunas refugiadas en el extranjero, las Hijas de Juana de Lestonnac, atraviesan, de 1792 a 1802, un período de oscuridad cuyas repercusiones son difíciles de evaluar. No se puede medir el temple moral, las pruebas de fidelidad, los numerosos sufrimientos ocultos soportados para que la Compañía reviva, para la mayor gloria de Dios.
Y ¿cómo agradecer el don de dos religiosas mártires, Jeanne D'Aux y Marie Dubert guillotinada en Burdeos en 1794? Pocos años bastarán para demostrar que el vigor de un carisma no puede detenerse con leyes gubernamentales. Es obra de Dios.
Durante el gobierno del Directorio y luego del Consulado (1795-1804), se fueron dando las condiciones que alentaron el regreso de sacerdotes y religiosos exiliados. Unidos a los que habían permanecido ocultos en Francia, emprendieron la reorganización de las fuerzas vivas de la Iglesia. Las religiosas de la Compañía se incorporaron también, desde muy diferentes lugares y situaciones, a este movimiento eclesial: Thérése Du Terrail, Marie Cousse, Antoinette Cathalot, entre otras, aportaron lo mejor de su personalidad y de sus experiencias a la tarea restauradora. La casa de Poitiers, primero, y luego la de Toulouse, lograron aglutinar y coordinar este movimiento.
El deseo de reconstruir las comunidades era grande, pero en muchas ocasiones se exigía el empleo de unas fuerzas que no se tenían. De las cincuenta y una comunidades deshechas por la Revolución, treinta y seis no volvieron a erigirse. En cambio, se harán veinte nuevas fundaciones.
Alma de este esfuerzo restaurador fue la Madre Marie-Thérése Du Terrail. Mujer con gran visión de futuro para las nuevas fundaciones, obtuvo del Emperador Napoleón un decreto que daba existencia legal a la Compañía en Francia. Con un corazón de fuego, valiente y tenaz, sabía comprender a las personas y poseía el don del gobierno.
A su muerte, en Roma, en 1834, dos de sus objetivos se habían ido cumpliendo: el hallazgo del cuerpo de Juana de Lestonnac, desaparecido durante la Revolución y la introducción de la causa de beatificación.
Gracias a su empeño, la Orden quedaba restablecida en Francia, se propagaba en Italia y la recién fundada casa de Roma, hacía presentir un futuro más estable para todo el Instituto.
La vida que surge de tanta muerte llega más allá de Francia. La Compañía se acrecienta en España a través de diecisiete casas, se extiende en Italia e Inglaterra, de donde más tarde pasará a Irlanda, y, en América, de Argentina se llega hasta Santiago de Chile.